El mal de la Taiga.
Mi interpretación del amor.
Los locos en sí, siempre han existido. En realidad los locos
son los que se dicen cuerdos, vivimos en una ciudad de locos, en un país de
locos. Donde todos se sienten seres comunes, serenos, convencionales y sobre
todo y sobre la nada, en medio de la nada: cuerdos.
Cuando en realidad los locos de la taiga, de quien traiga la taiga, son
también los cuerdos de los cuentos de los lobos. Quizá.
Al amor se le puede tomar por el rizoma de lo que no tiene
raíz. Por eso mismo, el amor, esa palabra que se vuelve concepto y con el
tiempo y los besos, un sentimiento, desaparece del mismo modo: inesperado,
ingrato, irradiante. El amor aparece como a veces aparecen la ronchas matutinas
después de que un mosco causó incomodidad toda la noche. Así el “amor” aparece
sin querer y queriendo con toda la intensión de un ser vivo que quiere ser
escuchado, que tiene hambre de tu cuerpo, de tu sangre y que, sin embargo,
discriminamos por creer que se encuentra molestando, causando eco en el oído de quien no quiere
escuchar, de quién quiere dormir. Vivir otra vida en el sueño, quizá vivir en
el bosque con los lobos, huyendo, refugiando, resfriando, restaurando.
El “amor” desaparece así como esos mosquitos nocturnos que
dicen huir en busca de nuevos vientos, de nueva sangre. ¡Qué se yo! En busca de
otro cuerpo.
¿Pero realmente el amor desaparece? ¿La roncha sana? ¿Se
vuelve costra?
El amor no es más que…
Menos que…
Al mismo tiempo que…
Por eso mismo decidí hacer un trueque, dame tu portafolio,
le dije… recibí también el dinero
y pensé: “El amor aparece, del
mismo modo en que desaparece”. Me quedé con ganas de decirlo, pero guarde
silencio. Reflexioné y me dije muy fuerte: “El amor desaparece, el amor
desaparece, el amor desaparece”.
Quizá nunca estuvo ahí, nunca lo toqué, ni lo olí, fue un
abstracto. Sin embargo el portafolio y los papeles eran tangibles y ahora
estaban en mi poder. El acertijo no lo era, entonces entre múltiples
reflexiones y refracciones no pude dormir, mientras los lobos aullaban y los
moscos me picaban.
No quise meditar más acerca del amor, me dio pereza pensar
en el amor y desamor, como la rutina del humano que tiene que entretenerse en
algo, cuando tiene acertijos y un caso de locos por resolver.
Me recosté, pensé que mi cabello ya era muy largo. En la
punta de mi lengua estaba la palabra queratina. Queratina, quebrada, quieta,
quemada ¡Ay la queratina de aquel cabello que me acariciaste!
¿El amor llega y se va? El amor es energía, por lo tanto, no
desaparece sólo se transforma. Le dí un trago hondo, sin pensarlo a mi trago,
un delicioso mojito.
Quise perderme en un bosque, lejano, cercano, en uno de esos
bosques donde no se sabe si hay ruido o silencio porque están ausentes de voces y oídos. Tome las llaves y salí
con la prisa de quien no quiere mansiones ni condominios lujosos sino un
bosque. Para vivir, para huir, para refugiarse del amor entre los lobos.