No te perdono nada.
Acércate para que me oigas bien: no te perdono nada.
Hubo días en que desmenuzamos oraciones sobre
pasadizos de hierba seca.
Ahí aprendimos a decir hoy hace calor, me gustan tu orejas.
Los perro fornicaban frente a los altares diminutos
de las aceras.
Era abril en una isla que alguna vez fue Venecia.
Y yo me volvia pájaro, niña buenam calle sin gente,
manera.
Yo me volvia yo, un paréntesis , un alado caer
de infinitivo, un caer lentísimo
parvada de aves azules con voluntad
de precipicio.
Había rostros en los que me sumergía como en diurnos
jeroglíficos.
Había plegarias que me rozaban la punta de la lengua.
Había sustancias que me sacaban de abajo y me hacían
caminar sobre las aguas
milagrosamente
multiplicaba el pan y las ganas y el espanto.
Había una ciudad repartida en geométricos cajones
que yo esculcaba con la prisa del hurto
o el temor de ser descubierta.
Había cuerpos, muchos; los años eran un ajedrez
de manos y de venas.
Nunca volví a tomar 87 aspirinas por equivocación.
Nunca volví a creer.
Había frutas ácidas, caricias con picahielo
y lastimaduras altas con cordilleras.
Había más, supongo.
He dicho que no te perdono nada.
Fichita azul, tipa de cuidado, bocaza de tremetina.
Acércate para que me escuches mejor
esta es la e sentencia:
y Wendy creció.
Cristina Rivera Garza
"Los textos del YO"
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