viernes, 30 de diciembre de 2016

Enero

El primero de enero, tararí,
será tan gris como un jueves cualquiera,
sin Drácula escalando el Pirulí,
ni marcianos cruzando la frontera.

Más de lo mismo bajo el cielo añil,
Cronos en su fugaz trono vacío,
la anoréxica luna giligil
no exportará vacunas contra el frío.

Llenare otro galpón municipal
y esperaré el diluvio universal
viendo crecer el bosque por la acera.

El primero de enero (del dos mil),
aunque siga muriéndome por ti,
me iré con la primera que me quiera.

Joaquín Sabina



viernes, 2 de diciembre de 2016

Aún una firme promesa

La promesa, siempre la firme promesa de no volver a tomar. Y así... Hasta el fin de las botellas, hasta el fin de los bares, hasta el fin de la ropa, hasta el fin de los pesares, hasta el fin de las palabras, hasta el fin de los quereres, hasta el fin de las quimeras...
La promesa, siempre la firme promesa de no volverme a enamorar. Y así hasta el fin de los besos, y así, hasta el fin de las canciones, de los conciertos, y así hasta el fin de las des-horas, de las ilusiones, de las imprecisiones, de los sabores, de las mordidas de labio, hasta el fin de las noches empiernadas. De la lluvia.
La promesa siempre la firme promesa de no hablar tanto, así hasta el fin de los verbos, de los enunciados, de las muletillas, de los refranes, de las metáforas. Hasta el fin de las platicas nocturnas. Hasta el final de los reclamos a distancia, de las oraciones largas en las que busco sinónimos para decir: te quiero.

La promesa siempre la firme promesa de no volver a buscarte, así hasta el fin de los mensajes, de las cartas en las que te escribo cuentos, de los cuentos que son pretextos para recrearte, hasta el fin de la calle donde vives, hasta el final de las onomatopeyas que invento para decir sin palabras claras lo mucho que te quiero.
La promesa, firme promesa de mañana sonreír, ir al gimnasio, comer sano, dormir temprano, leer el libro grande del librero, ser fiel, no decir groserías, ser puntual, no mal gastar dinero, arreglar mi clóset, aprender química...

Siempre una firme promesa.

miércoles, 13 de julio de 2016

Amé dieciocho veces pero recuerdo sólo tres

Para una vida de cuarenta años, pensándolo bien, no es mucho: no prueba ni inconstancia ni falta de seriedad amar dieciocho veces. Prueba sólo la imposibilidad de vivir sin amor.
El primer amor fue una pareja que me cuidaba, de modo que yo amaba cuatro ojos en vez de dos, dos bocas en vez de una, cuatro manos en vez de dos, cuatro brazos en vez de dos, cuarenta dedos en vez de veinte, dos cabelleras en vez de una, dos ombligos en vez de uno, dos narices en vez de una, dos lenguas en vez de una, de dientes no sabría decir el número, sabría de los órganos internos y externos y de otros detalles que forman parte del cuerpo humano, pero no entraré en tantos pormenores. Toda esta enumeración parece del todo vana, pero no lo es, si se piensa que cada par de ojos está expuesto a la conjuntivitis, al glaucoma, a la ceguera; cada hígado a la cirrosis o a la hepatitis, cada corazón al infarto o al paro cardíaco; sin contar los males menores que se demoran en las uñas o en las plantas de los pies, como los hongos; en la garganta, como las amígdalas, etc. Que dos personas se entiendan sin que algo ande mal, ya sea físico o psíquico, es muy difícil; que tres personas se entiendan es casi imposible, ya que una sola persona a gatas se entiende. Existen otros males que no mencioné, como la envidia, los celos, la desconfianza, el malentendido; todo esto pesa sobre la vida del amor más perfecto y capaz de sacrificio. En el fondo, ¿quién comprende a quién? Nadie lo sabe. Por eso la Trinidad es una de las más sublimes perfecciones de la religión católica.
Se llamaba Anaisidro a veces, otras veces Isidroana, según la hora en que lo frecuentaba, que era a todas horas. Para hacerme dormir, tocaba el piano a cuatro manos o cantaba a dos voces. El piano obraba como un hipnótico sobre mi organismo, por más que quisiera oír un poco más de lo que había oído, me vencía el sueño totalmente. El dúo ejercía un efecto distinto: me desvelaba, y el llanto que salía de mi garganta reclamaba una bebida inmediata y tibia, que no tardaba en llegar en una botella cuyo color era de piedra de luna.
Por más que digan que la piedra de luna trae mala suerte, a mí me enternece contemplarla porque me recuerda los misterios de la primera nutrición, cuando la garganta sabe que está tragando la vida, la energía, el futuro, el destino. A veces prefería a Isidroana, a veces a Anaisidro, todo dependía del género de la bata o de la vestimenta que llevaban, cuyo colorido cautivaba mi alma hasta hacerme gritar de goce o de terror. Dependía también de un sonajero que representaba el movimiento rítmico de una majada o de un jabón cuyo perfume rosado competía con el gusto de la naranjada o del durazno aplastado con un tenedor sobre un paisaje donde corría un río con cisnes plácidos que yo no sabía que eran cisnes, pero que presentía que estarían ligados a Leda en la mitología griega, con un cuello tan sensual que serviría de brazos, de humano acercamiento, acoplamiento más bien, en un calidoscopio en continuo movimiento. Jugaba conmigo. El juego era muy agradable, cuando no era demasiado violento. Cuatro manos pueden jugar a la pelota con un niño que parece de goma: y así lo hicieron. El júbilo es tan grande que no tiene límites. De aquel juego caí al suelo, muerto: así lo anunciaron los vecinos. Pero la muerte no quiso de mí aquel día. Se arrodilló. Me miró. Y, sin saludarme, se fue en busca de un muerto de frío más digno de sus atenciones.
El segundo amor fue casi una media persona. Para reanimarse, tenía que beber dos litros de leche al día. Le faltaba un brazo; en lugar de brazo tenía una paleta de yeso para escribir a máquina o un gancho para el ping-pong. Le faltaban las dos piernas; esta circunstancia hacía que pareciera una estatua, ya que el resto de su cuerpo era perfecto y lo movía con tanta gracia y aplomo que despertaba la envidia de hombres y mujeres que la contemplaban. Había que visitarla en el Instituto de Rehabilitación, con un permiso especial. Era muy difícil encontrarla, porque volaba por los corredores del Instituto en un cochecito de ruedas. Cuando la encontraba, después de muchas corridas, subidas y bajadas en el ascensor, llegaba girando la dicha prometida en las ruedas de su cochecito, pues me trepaba a sus exiguas faldas. “Servime de brazo.” Corríamos hacia el caramelero. Yo elegía el paquete de caramelos más llamativo. De su bolsillo, de acuerdo con sus indicaciones, yo sacaba la plata y pagaba como una persona importante; desenvolvía el caramelo elegido y, bajo sus órdenes, se lo ponía en la boca; luego ella, con sus ojos, elegía otro para mí, que yo desenvolvía para metérmelo en la boca. “Ahora corré”, me decía. “Mové las ruedas.” De un lado mi mano, del otro la de ella, hacía girar las ruedas del cochecito. Y después venía lo mejor. “Peiname”, me decía. “En mi bolsillo está el peine. Buscalo.” No lo encontraba. “Buscalo, buscalo”, insistía, sacudiendo su melena de león y, cuando yo lo encontraba, le desenredaba el pelo como una madeja de seda negra, para mí sola. Un aplauso me hacía creer que era una gran peluquera, pero el aplauso indicaba el fin de las horas de visita. El día en que me regaló su anillo fue el día de nuestro compromiso; ese día me demoré más tiempo mostrando el anillo a todo el mundo, y salí del edificio cuando el cielo rosado me obligó a comer un helado de frutillas. Se llamaba Rousa Longo.
El tercero era un enano. “Te quiero te quiero te quiero”, cantaba pasando junto a mí, fumando una pipa con un horrible olor a humo negro. Tenía los pies muy grandes. El pelo ensortijado le cubría un ojo azul. ¿Por qué lo amaba si tenía feo olor, además de ser muy malo? Nada justificaba nuestro cariño que, en aquella época, era muy mal visto. Treinta años mayor que yo, tenía nueve hijos y una mujer que había recogido en un terreno baldío, sin documentos de identidad. Es cierto que tocaba bien el violín y que conocía el nombre de todas las estrellas, pero nada justificaba esa fascinación que ejercía sobre mí cuando pasaba por las calles en un automóvil azul oscuro, con un perro amarillo, que ladraba continuamente a quien lo saludara.

Silvina Ocampo

jueves, 16 de junio de 2016

Voy viajando a la ciudad.

Voy viajando a la ciudad, voy viajando hacia ti.

Llevo los pies cansados de tanto subir al monte, llevo los pies cansados de no saber a dónde ir...

Voy viajando a casa, voy viajando hacia ti.
Sé que no me esperas y por eso tengo los pies cansados porque sé que no quieres ir al monte a caminar junto a mi...

Voy viajando a la ciudad, a tu ciudad.
Voy a esa ciudad en la que te gusta caminar, quiero caminar junto a ti por tu ciudad. Pero me duelen los pies.

Me duelen los pies de danzar en sueños ajenos, me duelen por pisar tierras de muertos, me duelen los pies por caminar en una tierra sin lluvia.

Me duelen los pies por eso no corro a buscarte.
Me duelen los pies, el alma, la lluvia, el monte, el corazón... me duelen porque sé que estás caminando por la ciudad del brazo de otra que nunca ha caminado por el monte.







jueves, 28 de abril de 2016

Duele la pregunta ¿De qué color forrabas los cuadernos de tu infancia?

¿Quién que te conoce de ahora sabe de qué color forrabas los cuadernos de tu infancia?  
Duele la pregunta porque parece tan trivial como los mismos recuerdos del sabor a dulce de los recreos en el colegio.
Duele la pregunta porque de pronto al recordar los recreos ya comenzamos a recordar el sabor a dulce de la infancia. 
Duele la pregunta porque ese cuaderno forrado de amarillo, rojo, morado o con el logo del colegio fue lo más importante de nuestras vidas cuando el sabor a dulce decoraba los recreos y no nos agobiaba el futuro.
Duele la pregunta porque ese cuaderno albergó las primeras letras, de ese entonces cuando nos enseñaron a escribir en cursiva o en letra tremendamente redonda , letra molde. 
Duele la pregunta porque en ese entonces ni tú ni yo teníamos claridad en diferenciar cuando escribir "nv" o "mp" y a veces poníamos una "s" donde iba una "c".
Duele la pregunta porque un día no puse acentos y la maestra del colegio arranco la hoja de mi cuaderno de cuadro grande, perfectamente forrado de azul con una etiqueta que llevaba mi nombre. Ese nombre que muchas veces prefieres olvidar.
Duele la pregunta porque ahora ya ni siquiera usas cuadernos, ni los forras, ni suena la campana del recreo, ni dices mi nombre.
Duele la pregunta porque sería un error garrafal confundir la "s" con la "c".
Duele la pregunta porque hemos olvidado los pequeños detalles de la vida, porque hemos olvidado cuando del brazo de nuestros padres elegiamos la caja de colores que llevaríamos a clases o las tardes que hicimos la tarea en la casa de los abuelos.
Duele la pregunta porque a veces la vida adulta no tiene tanto color.
Duele la pregunta porque ya no forramos de ningún color nuestros cuadernos, ni esperamos con ansias estrenarlos. Ni hacemos la tarea en la casa de los abuelos.
Efectivamente hemos olvidado el color del forro de nuestros cuadernos, las mujeres que te conocerán te verán escribir de hermenéutica o dialéctica pero no abrazaran el recuerdo de aquel niño que aprendió a escribir y a leer con el apoyo de un cuaderno con el logo del colegio y por eso duele la pregunta.
Duele porque no estoy segura de que quién te bese mañana te haga esa pregunta que un día de abril te hice ¿De qué color forrabas los cuadernos de tu infancia?

domingo, 6 de marzo de 2016

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
Pero los hombres y los muchachos que, en sus harapos esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando
supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
Y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
Que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
Como ahora a mí,
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del pastor
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo,
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta escuela
Con las mismas manos de acariciarte.
Roberto Fernández Retamar



Tlanixco, 2015 
Preparatoria 291

domingo, 7 de febrero de 2016

Antes de ti yo ya corría por Avenida Reforma perseguida por ganaderos.
Antes de ti yo ya tomaba café sin azúcar y saboreaba malteadas de chocolate que sin pudor alguno se pegaba a mis caderas.
Antes de ti ya había hombres que querían pegarse a mis caderas.
Antes de ti yo ya escribía historias en las que no había personajes que se parecían a ti.
Antes de ti yo ya besaba labiodentalmente.
Antes de ti yo ya tenía ideales.
Antes de ti yo ya me perdía y me encontraba en el metro de la ciudad.
Antes de ti yo ya admiraba las jacarandas.
Antes de ti yo ya hablaba de utopía, antes de ti yo ya fundaba bibliotecas comunitarias.

Antes de ti yo ya fumaba, yo ya dejaba de fumar y volvía a fumar.
Antes de ti yo ya cantaba con mariachis.
Antes de ti yo ya tropezaba.
Antes de ti yo ya me desnudaba en las plazas públicas.
Antes de ti yo ya tenía voz.
Antes de ti  ya me daban flores.
Antes de ti  yo ya daba flores.

Antes de ti yo ya tenía una letras cursiva que a la mitad de una cuartilla se transformaba en letra aburrida molde  y de nuevo cursiva, así hasta el final de las hojas.
Antes de ti yo ya iba a museos y soñaba con París.
Antes de ti yo ya bailaba en la Habana.
Antes de ti yo ya tomaba mezcal en Oaxaca.
Antes de ti yo ya le temía a la lluvia. 

Antes de ti yo ya suspiraba.
Antes de ti yo ya escuchaba tangos y armaba tangos.
Antes de ti...
no te imaginaba.
no te soñaba.
no te 
no.

domingo, 31 de enero de 2016

Daba rabia, porque se habían querido
tanto y de tan distinto modo durante los
doscientos años que tenían de conocerse que
era una lástima separarse así, como si nada.
Angeles Mastretta

martes, 26 de enero de 2016

Ay cariño/ no soy un cliente / no tengo DNI/ siquiera
Caza de ilegales el Alicante / mujeres marroquíes perfumadas
¿gardenias?

Ay cariño/ no soy un buen partido/ no tengo abolengo
Nada. Como cruzar en lancha. El Río Negro / ¿lanchones? ¿perfumados?
flores

Ay cariño / no hay caso / soy incorregible / me gusta bailar la
salsa / la villera/ la roncarolera / mujeres grávidas atraviesan la
frontera

Ay cariño / no me asustes / no soy buen bailarín/ en verdad
Extraño los olores de provincia / carreteras de Tijuana / las guardias
fronterizas

Ay cariño / te irás de todos modos / de verdad no conozco Berlín
No tengo el pasaporte en regla / ay cariño / lamento
defraudarte

Ay cariño / no soy un cliente / me gusta bailar la / cumbia
Ni cliente ni demócrata ni / estadounidense / estoy
perdido

Ay cariño / ni demócrata ni social demócrata / cumbia
rocanrol sudaca / mujeres grávidas que / cruzan la
frontera

Ay cariño / yo cruzo con ellas / espero cartas / de poetas
actrices de reparto / que como yo no son buenas para el
baile

https://soundcloud.com/vtnt2/11-de-pereira-severo

Luis Pereira Severo
Estoy en el día de hoy como en un caballo
tú estás en tu ropa como en un barco
estamos en la ciudad como en un teatro en un bosque en el agua
la tarde del martes es una feria de barrio
nos encontramos casi por descuido
en la mesa del café con su mantel a cuadros
frente al cine continuo del mar
en el vagón de este mes septiembre sirena sinuosa
era caliente el día era el equívoco de las estaciones
era la música pequeña de la memoria
estoy en el día de hoy como en un abrigo demasiado ancho
estoy en el país de esta tarde estudié
en la escuela del enfado
tú doblas la tarde como las mangas
de tu camisa blanca
tú desdoblas la tarde como una servilleta
echada sobre el regazo
tú conoces los modales en materia de tardes
tú sabes usar
los cubiertos de la tarde
estoy incómoda en mi nombre estoy
en la antesala del amor estoy en la estación
de la espera quisiera distraer a la muerte
tú conoces muchas cosas tú sabes hablar
sobre las cosas como esos animales que conocen
desde siempre las rutas ancestrales
como los pájaros que traen impresos en el cuerpo
los mapas migratorios tú conoces la lengua del amor
que yo deletreo tan mal



Ana Martins Marques