Tuve que asentir. Lo único que puedo argumentar a mi favor es que lo hice en silencio y que pensaba, mientras tanto, en otra cosa. Pensaba, de hecho, más que nada, en su barbilla. Pensaba en lo hermosa que era, desde ese ángulo preciso, su barbilla. El nacimiento abrupto del vello. La boca.
¿no te habían dicho?
[La mano oblicua, Cristina Rivera Garza]
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